El Nejbet de la carroña...
El Uraeus llevó en mi corona, blanca y roja, el papiro y lirio en mi sangre, obediencia y culto le debo a Khepri, a Ra, a Sobek, y a Knum, solferina de colores policromados, Satín olgado, gaza, aterciopelado, seda, algodón, hilos de las hílanderas del destino, Láquesis es la más preocupante, La masa de magma ardiente refulgiente como el sol a cientos y miles de grados celcius confluyen al centro una y otra vez y el núcleo niquelado de mi corazón se ha vuelto frío, obscuro como una masa de concreto obsoleto, sin pálpitar y pálido, sonreír no puedo, sólo mi faz y mi rostro muestran la sonrisa, mi efigie en una moneda de oro, capilla de ardientes paciencias, pero siempre se ha de ser educado, la dignidad y la integridad ante todo, la moral baja de un guerrero, la espada en alto y en carga a caballo, al galope, galope de melodías inaudibles, corcheas, blancas y negras, melomanía, olvido de la propuesta de la sordera, señales múltiples, anglicanismos, luteranismos, confortados en 95 tesis de un monje, recuerdos de Cronwell en Irlanda, las conquistas de los reyes, los reinos antiguos, Hasttings, Guillermo, el coquistador, terruño de Normandos, anterior de Sajones, de Anglos, Britanos y Pictos, pues ni amor tengo que entregue paz, me he vuelto obsoleto en la ternura, el cariño he perdido, y ferviente creyente, más que antes, Do sostenido, márfiles de rinocerontes, golpea el piano forte con manos de plata, el hierro en el yunque, y en el estribo al caballo con el fuste, martillo del herrero, enfría el acero en el agua, ahora de nuevo en la forja al rojo vivo, docientos años de olvido, tecientos más para la gloria, cuadrúpedos y rumiantes colmando el pasto, castillos de francia en sillería blanca, de mármoreos muros, espejos de gloria, yesos dorados, catalepsias, epilepsias, soles de medianoche, cántabros de cantares de gesta, cortejos de mortajas, plañideras de tiberiades colgadas de imprentas epístolarias, sosiegos de cartujos dominicanos, pandas de la china en bambues pintados, cerrojos de olvido convergiendo en llaves de oro y de plata, cortejos de la madrugada y el incienso, las mirras, y los bálsamos. Islas del tirreno, trirremes y birremes al navío del galeón zarpados de sus puertos en destino forzoso, belicosos cancioneros, pristinos amaneceres, cantatas de medialuna, parábolas de ondinas y nereidas, contagios de la conciencia de la amargura, el sabor de la sangre carmesí, el rubí, el vermellón, pedregosos caminos de altares, cruces y soles de otoños perdidos.
Marcos Andrés Barros Ketterer (Marcvs Ivlivs Nerva Avgvstvs I).
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