El cantar de los nibelungos borgoñones
Carrozas que cruzan caminos en el tiempo indómito, una docella como la de Orleans, la que haría al delfín un rey en Reims, ungido por los aceites sacrosantos del arzobispado, la belleza como la de afrodita, Venus e Ishtar, recordaba sus ojos sus maquillantes, su lengua que habla lenguas forasteras, pero ella se dirigía donde yo no tenía recuerdo, negaba siempre mi mirada, el espejo tiene dos lados, uno reflecta la luz y el otro atrapa el alma, pues mis ojos son vacíos, y atrapan lo bello y lo feo, lo sacro y lo prófano, lo correcto y lo incorrecto, mi mirada transcurre perdida y triste y sólo al fijarlos en las flores más bellas y coloridas, me hacen sonreír, limpian mi duda, y siembra certezas vehementes y verdaderas, peligros terribles he vivido, gente ha tomado mi ánima y la pizoteado, y la ha devuelto para hacerme sentir aún peor, pero el dolor es tan efímero como la euforía, la vida comprende todos los sentimientos, todas las emociones, surten efecto en el debil de mente y el estúpido más insensato, temible y potente la espada que cruza dos corazones, aúnque estos nos sangren y sigan palpitantes, pues el amor si palpita es duradero y sempiterno, doliente la estigma dorada de cristo, aúnque en costado recibiera una lanza, pues santos son los amores, aúnque sólo sean espejísmos, duelen las certezas así como la imaginación procura esperanzas, sean falsas, sean corruptas, sean proclives al deliz de la muerte, o a la fascinación. Fatiga de cuerpos que los tiempos han azotado con maldades, perversasiones impuestas por otros, limpios los corazones que reconcen lo impuro de lo cristiano, sacristán, monaguillo, obispo, cardenal, sacerdote, carmalengo o papa, el cingulo que uno a los benedictinos en el seno de el Monte Saint Michael, donde el mar se junta con leguas tierra, istmos divinos, crucerias de sillería, y las arbotantes de los goticos templos, las numerosas escaleras que llegan a mi alma, el peligro de la mancha, trafalgares batallas, y aún condicio lo que no puedo obtener, pero algún día podre hacer sentir a alguien lo que yo siento por la vida, pues me apegó tanto a ella, como han deseado quitarmela a cada instante, apreció de Dios su regalo aunque tuviese que sufrir todo el trayecto pues las agujas en el suelo aún siendo estalagmitas que hieran mi plantas, y desangrarme o en deformación resultase que caminará sobre ellas, privilegio sería el sólo llegar al final de mis días en una pieza, y poder sentame en el aterciopelado.
Marcos Andrés Barros Ketterer
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