viernes, 22 de noviembre de 2013

El Recuerdo De Una Amorosa... Marcos Andrés Barros Ketterer (Marcvs Ivlivs Nerva).

El recuerdo de una amorosa.
El recuerdo de la amorosa. Amorosa, amorosa, el eco silvaba en mis oídos, el canto de los baldíos, los dioses de ehecatl bailaban en mis sentidos, tornaba mi cuello a lontananza, pianos con teclas de blancos y marmoreos hechos con los cuernos de rinocerontes, el billar de la habitación de los juegos, brillaba la luna, en mis ojos resplandores de las estrellas, el murmullo de las rosas y el rocío de la mañana, en tu boca carnoza y suave como un pétalo de jazmín, tu piel rosa y blanca como leches, el pendiente que colgaba de tu oreja hecho de jadeíta, todo me recordaba el sentimiento de la muerte de mi alma, fallecía y renacía, al pasar por los rincones de mi vida, el fuego suspiraba en mis dedos por que ahora corría la sangre denuevo en ellos al mover mis falanges y tocar los objetos que observaba, y que llamaban mi atención, cuando desperte en el oratorio de la iglesia conte al sacristán lo que soñe, y este me dijo que estuve un año inconciente en el lecho de la iglesia, y que el obispo me había dado los últimos sacramentos ungiéndome pensando que no despertaría, sorprendido, agobiado mire a todos lados preguntándome, por que, que había sucedido, encontre la pluma de un pavo real a mi lado, y pregunte al sacerdote que ahora oficiaba, ¿Aquel no es el ojo que lo observa todo y la belleza esconde a los otros de su profecía, pues la muerte azotada por pristinos y claros colores de la semblanza de la luz sólo pueden verse al prisma del cristal más delicado de las montañas? nadie respondio, todo luego se volvío blanco, negro, índigo, púrpura y calipso.
Mordía la almohada, soñando con la batalla librada y que me había hecho caer, dolían las llagas profundas aún pese sanadas, los cortes como los relieves de las columnatas de las hipóstilas columnas de los templos, la luz entrando por los vitrales, las remembranzas, el inalienable destino, el susurro, el súspiro, la caída de las hojas de los amarillos ocres más bellos, pues otoño se había vuelto, y los abriles habían pasado por mi vida sin darme cuenta, en sueños, en anhelos no cúmplidos, resplandecedores, envueltos en la injusticia, la mediocre y lamentable risa en mis recuerdos, el envoltorio de los otros y sus máscaras rodeadas de euforia, mientras sufrimiento se volvía en mi ánima maltrecha, marchita, empobrecida, dólida, angustiada, y el soñador y magno cantar de los cornos, campanas y trompetas, sólo me recordaba lo deslumbrante y absurdo que resulto el existir por lo que pensaban los miserables, aquellos con sus intrigas usaban para otorgar poder a mis expensas a otros para degollar con desvergüenza la razón y la lógica, volteretas, volteretas, tretas, ardidez, engaños, falacias, mentiras, engendros abominables de los incautos corazones, maléficos e inquebrantables, tornados de carmesiés sus dedos por que ellos corría la sangre de muchos, aunque era invisible a los ojos de otros, asesinos, mequetrefes, acechantes, asediantes, sedientos de la cólera, iracundos, atrévidos, osados, pero no menos valientes tomaron sus armas contra mis armas, demolieron los espíritus y la moral de quiénes me rodeaban, balbuceantes, perpetradores, me había pasado la vida pensando en hacer el bien a todos aunque rencores tenía de muchos, pero nunca tome acción contra ellos, pero ellos sospecharon de mi, sospechaban de todos, me decían paranoíco, pero ellos eran más que yo, no contentos me hicieron tomar cicutas, una tras otras, me dormí, letargo, letargo, letargo, madrazas y templos, caían las piedras sobre mi, olía la pudedumbre de mis atavíos, el soplido de las ocarinas de los muertos.
Marcos Andrés Barros Ketterer.

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