Dido nadie sabe la verdadera historia de cuando partí por la noche del puerto de tu ciudad, pues la contaron de otra forma, y Cartago próspero de tú mano, tú eras fuerte, dejaste tu pira funeraria y no te inmolaste, mientras aún mis barcos se alejaban de la costa aún seguíamos amándonos fielmente como el día en que nos vivos, y yo debía cumplir mi destino fundando una urbe para mis hermanos, mi madre, Venus creía que debía dejarte por que tú también tenías el tuyo, y para nosotros no existía el mañana, aún llevó en mi bolsa de cuero tu listón de hilos de oro, el aquel que llevabas en tus cabellos que mecián con gracia el viento, y también al mirar en mi navío hacía el cielo a las estrellas todas las ches, me han traído el recuerdo el brillo de tus ojos, ahora que en terrible cautividad atrapados hemos quedado entre pueblos que estan en guerra, y los arcadianos aunque pobres pastores, nuestros amigos que nos han acogido en sus tierras, nos contaban que no poseían tanto poder para darnos ayuda para fundar una nueva cultura, pues eran constantemente oprimidos por las ciudades estado y sus confederaciones de guerra, cerca de alguna rivera donde los légamos rindiesen buenos frutos y cereales me gustaría empezar mi nueva vida, comenzar con los muros y terminar dentro las casas por que he oído que en esta zona los Samnitas suelen traer a sus ejércitos, y no por nada tienen fama de guerreros altivos, belicosos y sangüinarios, recuerdo cuanto sufrimos en Creta mi pueblo y yo, y en Sicilia aún que tenía amigos y familia ahí no me sentía en casa, y de como tú mi amada nos trataste cuando llegamos a Cartago, en especial a mi que me concediste ser tú rey concubino, pues así me ápodaban mis soldados, pues como a uno de los tuyos me tendiste tú mano misericorde, sentiste mi miedo, y mis dudas, sentiste mi predicamentos, me hiciste vivir en la locura, forjaste mi temple, y me libraste de mis tristezas, aliviaste mis tribulaciones, y alejaste mis falsas pretensiones. Ahora mirando en Ostia hacia el mar, he divisado las tormentas, pero eso no me preocupa si no el cuanto a crecido mi barba, y lo que olvida lo de nuestro efímero ídilio, ahora tengo que ir con el barquero, traigo su paga en mis ojos y en mi lengua, entre las mortajas laguidecido, inerte, y sin poder moverme, se han alzado al viento las flamas, el humo viaja con Eolo lejos, podrás verme como nubes de paz a lo lejos, recuerdame como tempestad, recuerdame como lo que era, no por lo que decían de mi tus consejeros... Adiós amada. Madre Venus, guíame a la senda de los Eliseos, guíame donde Atlas sostiene el cielo, y donde las hespérides doradas saben a ambrosías...
Marcos Andrés Barros Ketterer.
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