La ánimas de ismaélitas, árameos, fenicios, hititas, filísteos, judíos, caldeos y hebreos, alredor de una rueca vieja se juntaron a observar a una mujer doncella hilar un vellón de oveja de las más finas de hispanía, ella proveniente de la ciudad de Lisboa, capital del reino Portugués, donde los reyes se deleitaban con las sefardíes de ojos verdes, sus bellos cuerpos y cabellos risados, donde se juntaban los arcos de herraduras en las mezquitas y los ajedrezados de rojos y blancos. Amantes de la buena lectura, el álgebra, y el Corán, del latín y árabe, de la hebrea dulce de labio y suave besar, apasionada de aliento como Yahve creador, como Jehova la trajo al mundo para el hombre, hecha para complacer su mirada, su caminar y bamboleo como la marea del mar y el océano, su dulce cantar como el de David tocando el harpa, iracunda volverse ante aquel que la injurie de alguna forma, pues ella vive de tradición y rito antiguo anterior a Salomón, y nabateo rey de bandejas de plata donde puso cabezas de profetas, ¡¡¡pues cuidado!!!, por que en el entrecejo roja a de caer la sangre por pedrada en el centro, ha de caer el Goliat engreído al que se le acerque con malas intenciones, sin no son más que pasiones las que ha de querer el buen caballero, y pretender de ella sólo instante de plácer, dada en mano por su padre a precio de oro, pena el pobre joven que la mira de lejos y sin circundación este, o que nunca haya leído la Torah a sus trece años, pues sólo de la misma estirpe a de poseer princesa de oriente más bella, y en la sinágoga orar a Dios junto al Ravino. Pero quién sabe, pueda que haya un Josúe que haga caer los muros Jérico con el toque de su corno...
Marcos Andrés Barros Ketterer
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